12 de diciembre de 2006

LEONARDO GARNIER ....DE A PRESTADO

Entre la provocación y la intolerancia
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Leonardo Garnier

Sub/versiones: La Nación, Costa Rica, jueves 16 de febrero, 2006

El mundo de hoy se mueve peligrosamente entre la provocación y la intolerancia, entre la intolerancia y la provocación. Exigimos que ‘el otro’ nos entienda y se comporte razonablemente en nuestros términos... pero solo intentamos entender al ‘otro’ desde nuestros zapatos. Vemos nuestros actos como una defensa lógica de principios universales inclaudicables y, los del otro, como caprichos en los que no logramos ver lógica alguna. El otro, por supuesto, ve las cosas exactamente igual... pero al revés: nosotros somos los raros, los insensatos, los tercos que debiéramos aprender a ver más allá de nuestras narices. En medio, se dan provocaciones que generan ¿cómo no? reacciones de intolerancia... que resultan en nuevas provocaciones en la otra vía, conduciendo a una espiral crecientemente absurda y apasionada de razón y sinrazón.

El caso más reciente y aparentemente más ridículo – aunque tal vez, bien leído, el más profundo – es el desbarajuste de escala mundial que se ha armado por la no muy inocente publicación de unas caricaturas ofensivas de Mahoma en el diario de mayor circulación en Dinamarca (y cuando digo ofensivas, quiero decir muy ofensivas: como presentar a Mahoma con una bomba por turbante, en una clara insinuación de que el terrorismo es consustancial al Islam). Ante la provocación injustificada siguió, como no podía ser de otra manera – ¿o qué pensaron? –, la reacción de la intolerancia: una reacción que pudo ser razonable, pero que rápidamente se volvió tan injustificada como la provocación. Vinieron protestas masivas en Afganistán, Bangladesh, Irán, India, Kenya, Malasia, Siria, Líbano, Indonesia, Senegal, Sumatra y otros países, con ataques contra las embajadas danesas y europeas. En Europa ¡tan sensatos! respondieron profundizando el agravio al re-publicar las caricaturas en gran cantidad de periódicos de primer orden.

Para unos, la razón es religiosa: se trata de un irrespeto a sus sentimientos más profundos. Para otros, la razón es filosófica: se trata de proteger el derecho inalienable a la libertad de expresión. ¡Puro cuento y pura paja! Si bien existe una aparente tensión entre sentimientos religiosos y libertad de expresión (fruto – según Emilio García Méndez – del carácter cada vez más individual y privado de la religión en Occidente, mientras que en Oriente se fortalece su papel público como factor estructurante y organizador de la sociedad); lo cierto es que detrás de esa tensión subyace un conflicto mayor y menos noble: el viejo juego de provocación e intolerancia en el que sólo ganan los extremismos, que se necesitan tanto como se enfrentan, pues así se sustentan recíprocamente en un mundo en el que nadie parece tener el monopolio en cuestión de fanatismo. Ojalá – por el dios y la razón común – hagamos prevalecer la tolerancia sobre la provocación.